lunes, 9 de marzo de 2009

Drinking in the Rain

Volvió varias noches al Arthur´s, sin saber bien qué quería, si beber, si disculparse con esa chica, si beber hasta olvidarlo todo algunas horas, si disculparse ante esa chica, si vagar hasta que se le ocurriera cómo demonios pagar una deuda descomunal que había aparecido de la nada, si todo ello o nada de eso, sino todo lo contrario.
Dicen que cuando peor está una persona más se fija en los malos detalles, más ve la botella medio vacía o más le da por beber y vaciarla del todo o por revolcarse en su propia miseria. Jalu era todo eso y mucho más. Esta vez era el cuarto whisky. Había pasado el tiempo suficiente para que su cara volviera a ser una cara y no una máscara deforme salpicada de manchas negro-azuladas y demás tumefacciones. Seguía siendo evidente y obvia la paliza, eso sí. Lo que no había mejorado en absoluto era su ego, eso seguía realmente…
-Jodido –le dijo al camarero. Se notaba borracho.
-¿Perdón? –siempre profesional, siempre discreto… a Jalu empezaba a resultarle incómodo tanta impostura.
-Nada, perdona tú a mi… quiero decir…nada. Hablaba solo.
-Vale –y se volvió, como siempre, silencioso, profesional, con ese chaleco negro tan profesional. Cosas del Arthur´s.

Si me voy de Tortuosa, si me voy, no me encontrarán… a ver, si ni yo sé a dónde coño irme… pero es que no quiero irme, joder… ¿Por qué cojones no me contó nada mi padre? ¿Por qué cojones no me dijo nada?
No hay forma humana de que encuentre veinte mil euros. Nadie tiene esa cantidad disponible, ni siquiera contando cierto tiempo para hacer gestiones y esas mierdas que hacen los que tienen dinero. Joder, me da vergüenza abrir el taller, si lo voy a perder por la puta cara… ¿Por qué no me dijo nada mi padre?

Llevaba alrededor de una semana ¿o eran dos? alrededor de ver a esa chica, pero la misma inexplicable facilidad que tuvo para encontrarse con ella parecía haberse vuelto en su contra y haber girado a todo lo contrario: se la había tragado la tierra. Dispuesto a adentrarse en sus más profundas sombras, Tortuosa ofrecía lugares más discretos que el Arthur´s, ubicado en la plaza más céntrica de la ciudad. Decidió, ya tambaleante, cambiar de ubicación. Un par de whiskis en la cervecería más perdida de la vieja Tortuosa le darían lo que buscaba: un rápido olvido y una risa fácil, ausentes durante tantos años de tormento.

Nunca solía entrar en la The Cavern. Cuestión de principios. Le encantaba el local, levantado a imagen y semejanza de una típica cervecería inglesa. Paredes forradas de madera, mesas algo ajadas con sillones, sillas y taburetes, de madera, por supuesto, lámparas que iluminaban lo justo (las camareras se encargaban de regular convenientemente la luz, según fuera mañana, tarde o noche), y lo que más le gustaba: posters y fotos de Los Beatles por doquier. Cuando entró le dio por mirar el reloj: eran las siete.
Sea la que sea la hora a la que salga de aquí, saldré borracho…
La camarera no hizo ningún gesto, sólo lo escrutó levemente, como hacen esas camareras atractivas que saben que ante la mínima muestra de interés van a ser víctimas de un vergonzoso acoso por parte de la parroquia, consistente en su mayoría de jóvenes y no tan jóvenes empeñados en fantasear con ligársela.
Se dirigió a la barra, y se sentó en un taburete al lado de la pared. Le gustaba sentarse en los rincones, sea cual fuera el sitio al que entraba. Se sentía seguro, protegido.
-Un whisky, sólo, por favor.
Aunque aborrecía a los babosos que radiografiaban cada paso de una camarera guapa tras una barra, no pudo evitar fijarse en ella. Morena, seria, guapa de cara, con un cuerpo bonito, una especie de faldita escocesa sobre un pantalón vaquero negro, y una camiseta de esas anchotas que le caía sobre los hombros. Unos bonitos hombros. tenía un trébol tatuado en la zona escapular izquierda, y cuando le sirvió acompañó su movimiento de una ligera sonrisa. Era, sin duda, una mujer guapa.
Al volverse a apuntar el whisky en la caja, Jalu vio que la chica tenía otro tatuaje en el cuello, una cruz algo así como céltica. No pudo evitar sentir curiosidad hacia ella, y se odió por ello.
Mientras bebía su whisky comenzó a sentirse algo más tranquilo. Paradójicamente, mientras más perdía la sobriedad más sereno se sentía. Sonaba Let it be, y se dejó llevar por la suave melodía, tarareándola para sus adentros. Y así, tranquilamente, se puso a recordar sin quererlo, como nos sucede casi siempre que queremos olvidar una parte de nuestra vida.


****

-Jalu, deja ese libro y acércame la llave del siete.
Dejó el libro en la mugrienta mesa del taller, y le acercó a su padre la dichosa llave del siete.
-¿Se puede saber qué coño lees ahora? ¿No te he dicho que cuando estés aquí me ayudes? ¿Tan interesante es el libro de los cojones?
-A ver papá, yo que sé… es un libro raro.
-Raro eres tú, que te empeñas en leer y estudiar cuando tienes una profesión aquí delante de tus narices… ¿no ves la de paro que hay? Ya quisiera más de uno tener la suerte que tú tienes… y tú venga a leer…
-No empecemos, papá, ¿vale?
-Estoy hablando yo, Jalu… no me faltes al respeto…
-Vaaale, vaaaale…
-¿Qué libro es, a ver?
-Uno raro. Ya te lo he dicho. No te gustaría…
-Ya sabes que a mí los libros no me gustan… jajaja…- río, y Jalu recordó perfectamente esa carcajada que tan poco había oído de su padre, y la echó de menos al instante. Y sintió una punzada de dolor, de rabia y de dolor, y mucha tristeza. Y de pronto, se sintió terriblemente solo, como si un zoom tremendo le enfocara desde una galaxia lejana, como si fuera una simple broma, una mota de polvo que por un momento se paraba a pensar…
-Se llama La Metamorfosis, papá.
-¿La qué…?
-La Metamorfosis. La escribió un checo.
-Vaya… ¿y de qué trata, a ver?
-Pues… es que es un poco raro… es de un hombre que un día se despierta y ve que se está convertiendo en un insecto, y que le da asco a su familia, y…
-Vaya tela… como la vida misma…
-¿Cómo… cómo que como la vida misma, papá?
-Pues eso… que un buen día te despiertas, te levantas, es un día más y… y resulta que no, que algo ha cambiado y no eres el mismo… y a algunas personas, o incluso a ti mismo les puede agradar o desagradar el cambio. Pero el cambio ya está hecho, y sólo puedes aceptarlo, porque no hay otra.
Jalu se le quedó mirando. Su padre, de cincuenta y siete años, cuarenta de mecánico, acababa de hacer un análisis en un momento de una obra emblemática y extraña que ya quisiera poder hacer más de ununiversitario.
-¡Jalu! ¡Atontao! ¿No me oyes, o qué?
-Perdona, papá… ¿qué?
-Que me des la llave del seis, joder, Jalu. Te vas a quedar tonto con tanta lectura…


****

La camarera lo devolvió a la realidad.
-Te decía que no sueles venir por aquí, ¿no? No me suena tu cara…
-No… -todavía tenía el recuerdo en sus ojos –Es que… es una cuestión de principios.
-¿De principios? ¿Y eso?
-Soy más de los Rolling.

lunes, 2 de marzo de 2009

Mar adentro

Mar siempre fue la típica chica tímida a la que nadie miraba y que se ruborizaba hasta el rojo tomate si eso sucedía. La típica chica que pasaba inadvertida porque nadie solía verle la cara, siempre mirando al suelo. De pocas palabras, de las de monosílabo por respuesta. La típica niña que desde pequeñita se siente poca cosa y acaba por serlo.
Hasta que crece.
Y se convierte en una mujer hecha y derecha. Alta, morena, con un cuerpo sinuoso que provoca que deje de ser la típica chica tímida a la que nadie mira.
Pero sigue ruborizándose hasta el rojo tomate si eso sucede.
Muchas veces se lamentaba de esa inseguridad casi enfermiza, de esa última duda que le hacía dar siempre un paso atrás y casi nunca un paso hacia adelante. Y, el colmo: cuando se atrevía a hacer algo, siempre, siempre, le salía mal.
Como con Jalu.


****


-Así que ya sabes, veinte mil.
-mmm.
-Y ya sabes, tienes una semana.
-Una semana. ¿Y si no, qué?
-Qué pasa, ¿tengo pinta de estar bromeando, o qué pasa? Si no tendré que decirle aquí a Panbimbo que te lea la cartilla.
-Que me lea la cartilla… ya veo –en ese momento Jalu miró a ese imponente negro de dos metros de alto por cuatro de ancho… realmente intimidaba.
-Ya lo sabes.
-Se repite usted, ¿sabe?
-Veinte mil. Una semana. Y punto.
-Pero es que no tengo ni un euro. Es que el taller está hipotecado, y si está hipotecado o levanto la hipoteca o lo pierdo.
-No te lo pienso repetir: bueno, sí: el Sangre le prestó ese dinero a tu padre, no se sabe para qué ni importa, y tu padre no pagó, y a tu padre le ha dado un infarto o lo que sea, y tú tienes que hacerte cargo y pagar lo que tu padre no ha pagado. ¿Estamos?
-mmm.
-Creo que no me has entendido. A lo mejor necesitas que Panbimbo te lo explique…
Una amenazante mole de dos por cuatro sonrió dejando entrever unos blancos dientes que hizo a Jalu darse cuenta de la que se le venía encima. La primera bofetada fue con la mano bien abierta, y le hizo escupir un chorro de sangre brillante. Áspera. Férrea y caliente, como toda sangre sabe en la boca y huele en el suelo. Un enorme pitido acalló las voces de Vellibre animando al negro y del negro riendo, disfrutando con su trabajo.
Las bofetadas segunda a quinta fueron de esas de mano abierta. Jalu notó como se le movían algunos dientes.
Fue justo después de escupir la última maraña de sangre y algo que parecía una muela cuando vinieron los puñetazos. El primero lo tiró al suelo.
-Ahora lo entiendo… de verdad, ahora… -escupía para poder hablar- vale, vale, para… fundido en negro, ¿verdad? –escupió otro espumarajo sanguinoliento y se sonrió, como si algo dentro de él se sintiera a gusto con aquella situación, con un Jalu atado a una silla recibiendo una paliza.

Y al contrario de lo que esperaba Jalu, no llegó ese último puñetazo que lo dejara inconsciente.

Fue una patada.

****

Tal y como había acordado con María, después de constatar que el único individuo con pinta de putañero sin acompañar tenía una apariencia más o menos de fiar, le dio un toque al móvil a su compañera de piso. No aprobaba lo que hacía, pero sobre todo no podía entender como era capaz de acostarse con alguien sin conocerlo de nada. Con alguien que era capaz de pagar por tener sexo. Aunque fuera mucho.
Aquél simulacro de profesor de química parecía cualquier cosa menos peligroso. Había devorado dos pastelitos de chocolate y no había dudado en pedir otro. Igual este era de los que necesitaban más conversación que otra cosa.

A pesar de llevar más de dos años compartiendo piso, no podía acostumbrarse a estas “actividades extralaborales” de su compañera. Sobre todo, teniendo en cuenta que tenía un empleo, y además de ser guapa era muy inteligente y muy buena en todo lo que hacía.
Sobre todo no podía con la seguridad de María, y la envidiaba enormemente por ello. Resoplando, se obligó una vez más a no compararse con su amiga. La vio entrar con decisión, echar una mirada somera al local y dirigirse sin atisbo de dudas hacia su cliente.
No miró a Mar al pasar junto a ella.
Y Mar decidió no mirar más esa escena. Justo cuando se iba a ir lo vio. Ese chico que veía de cuando en cuando y que le llamaba tanto la atención. Pero estaba diferente. Vestía traje de chaqueta, y su aspecto era sombrío. Y bebía whisky.

lunes, 9 de febrero de 2009

Si Ben Stiller viviese en Tortuosa…

… quizá rodaría una película. Guión no le iba a faltar.
Nadie sabe cómo se llama realmente El Sangre. Ni quién le puso ese apodo. Los motes, tan usuales entre la gente de la mar aquí en el sur, suelen ser bastante explícitos, si bien en ocasiones son profundamente crípticos o, dicho de otro modo, rotundamente absurdos. Algunos son evidentes: “El Mijita”, “El Bulto”, “El Séneca”, “Pulga”… otros: “Bolluno”, “Niñomalo”, “Prusia”, “Pejiño”. Quién sabe.

Probablemente una de las mejores cosas de los motes, a veces tan descriptivos como humorísticos y a veces tan maledicentes como malvados, es que permiten filosofar sobre su procedencia. Algunos esconden historias fascinantes, rumores que llenan las tertulias de los jubilados mientras charlan y juegan al dominó o al mus, contando batallitas.

Dicen que El Sangre no tiene sangre. De ahí su mote.

-Don Manuel, ¿sabe quién se ha muerto?
-¿Quién?
-Jaime el del taller.
-¿Jaime?
-Jaime.
-¿Jaime? –una de las cosas que caracterizaba a El Sangre era, además de su economía de la palabra, su afición a repetirse. Nadie sabía por qué. Y claro, él tampoco lo iba a explicar, eso era obvio. Entrañaba usar más palabras de las que usaría en toda su vida. Inviable.
-Sí, Jaime, el del taller –a la mano derecha de El Sangre, Vellibre, le pasaba todo lo contrario.
-Mmm… -nadie sabía exactamente qué quería decir con esos gruñidos. Probablemente nada. Y, sobre todo, ¿para qué preguntárselo? –Ve a verle.
-¿A verle?
-Ve a verle.
-Sí, Don Manuel. Mañana voy a verle.
-Ahora.
-¿Ahora? Pero si el cementerio ya está cerrado… ¿cómo voy a entrar?
-Cállate –cuando decía eso, su voz se ponía especialmente grave. Y su boca apenas se movía. Parecía una especie de Monchito deteriorado con perilla canosa –Cállate.
-Sí…
-Cállate. –Su boca apenas se entreabría. Se perdió, sin duda, un gran ventrílocuo -¿Cómo que al cementerio, Vellibre?
-Pues… ¿no me ha dicho que vaya a verlo?
-Cállate.

Una pausa de un minuto más o menos, que a Vellibre le parecieron años, y añadió:

-Al hijo.
-¿Alijo? ¿De qué?
-Al hijo.
-¿Cuándo?
-Cállate. Cállate. Al hijo de Jaime. Le vas a ver. Ahora. No al muerto. Al hijo. Aquí se viene a trabajar. Cállate. Vete.
-Ahhhh… al hijo… AL… HIJO… jefe, es que había entendido, no se lo va a creer…
-Cállate. Cállate.
-Sí, jefe. Me voy.
Cuando iba a salir por la puerta, Vellibre se detuvo en seco, y giró aturdido.
-Jefe…
-…
-Jefe… ¿y qué le digo?
-Cállate. Dile, por ejemplo, que su padre nos debe doce mil euros. Por ejemplo. Que pague. Que pague pronto. Que pague.
-Sí, jefe… ¿y si no tiene dinero?
-Cállate. Cállate… Si no tiene dinero, lo pinta. Que haga lo que sea. Pero que pague. ¿Estamos?
-Sí, jefe, estamos.
Cuando Vellibre ya aclarado iba a salir, El Sangre lo llamó con uno de sus ruidos:
-Chst! –más corto, imposible. Economía de palabras y de interjecciones.
-Dígame, jefe.
-Vellibre… dile que nos debe veinte mil.
-¿Cómo? –esa tarde, Vellibre estaba sufriendo ligeramente… Había habido días mucho peores.
-Veinte.
-¿Cuánto?
-Veinte.
-Pero jefe, si me ha dicho que nos debe doce…
-Cállate. ¿Qué quieres? ¿Facturas? Cállate. ¿No ves que no sabe lo del padre? Cállate y dile veinte.
-Veinte. Bien jefe, veinte.
Y por enésima vez Vellibre, alias Villobre, alias Vellidro, alias Villodre, alias Fiambre se dispuso a salir de la oficina de El Sangre. Entonces, le sonó el móvil nuevo: “Ay corazón latino, ay corazón salvaaaaje…”.
-Vellidro…
Apagando el aparatoso soniquete del móvil reluciente, Vellibre enrojeció ligeramente. -¿Sí, jefe?
-Te he dicho que te deshagas de esa mierda. De móvil. Aquí se viene a trabajar.
-Sí, jefe. –Soplando, por fin pudo cerrar la puerta y salir, nunca mejor dicho, pitando.

domingo, 1 de febrero de 2009

La vida te lleva por caminos raros...

“La vida te lleva poooooor caminos raros...
por la esquina más perdidaaaaa de los mapas…
por canciones que tú nunca has cantado…
la vida te lleva poooooor caminos raros…”

Mientras rumio mi lo-que-sea-aquí-adentro-que-tengo-en-el-pecho, tiene cierta gracia que suene esta canción. Es mi segundo whisky, y lo único que tengo claro es que dentro de un rato tengo un entierro. Me gustaría tener alguna emoción más en el pecho. Pero no. Ni pena, ni rabia, ni risa, ni furia, ni mierdas. Nada. Y eso me preocupa un poco. De un tiempo a esta parte me venía sintiendo raro. Claro. Era este vacío en mi pecho.
La atmósfera me envuelve. Humo. Circunspección. Tiene gracia. Todos solían reírse de mi vocabulario. Mirad en lo que me he convertido. Soy el desempleado que mejor expresa su desidia en toda Tortuosa. Porque el taller de papá… ¿qué se supone que tengo que hacer con ese puto taller? ¿Me lo como con patatas? ¿Trabajar en él y dejarme los huevos como mi padre? ¿Para qué? ¿Para acabar muerto un día y que mi hijo no tenga a nadie a quien llamar por teléfono para decirle mi padre ha muerto? Menudo papelón…
-De churros- dijo, con una media sonrisa que cualquiera hubiera visto como muy muy triste.
- ¿Perdona?- el camarero se volvió con ese gesto rápido pero elegante de los curtidos en mil batallas. Expertos esquivadores de perdigones, abrazos etílicos e incluso restos de vomitonas varias. Máquinas de poner copas con fría y profesional discreción.
- No, nada, hablaba solo, perdona…- aunque el whisky ya iba por la mitad. El camarero comenzaba a girarse, y su pensamiento fue muy rápido- mira, ponme… ponme el último, y un café sólo doble.
- Marchando – sin juicios, sin preguntas. Profesional.
Quizá quien lo viera desde lejos pensaría que era el típico borracho, bebiendo a deshora, pero había algo en él que le hacía despedir tristeza. Algunas personas son atractivas, otras son líderes por naturaleza, y la gente capta esos detalles. Hay quien le cae simpático a casi todo el mundo. Hay quien instintivamente conecta con la gente. Hay quien sólo desprende tristeza.
Y esa tristeza la captó ella. ¿Mal momento?
-¿Wiski y café del tirón? Que eres, ¿el tipo duro del pueblo? –si él hubiera visto esa sonrisa, todo habría cambiado. O tal vez no. Pero debería haberla visto. O al pelo largo negro que le caía sobre los hombros. O a toda ella.
-Noooo, qué va. Yo soy su hermana.
-O sea que sí, el chico duro.
-Realmente vamos rotando. Ahora soy el tipo duro, pero la semana que viene cambia la planilla y me toca el guardia civil del pueblo. ¿O era la puta negra a la que todos escupen?
-Sólo estaba bromeando… ¿un mal día?- su mágica sonrisa continuaba, pero él seguía sin verla. Sólo lo hizo un segundo antes de contestarle, a través de un tubo para él, lógicamente, medio vacío.
Mal momento.
-Ah no, perdona. La puta negra que todos escupen es tuya. La bordas. ¿Se puede saber quién cojones te crees que eres para venir y ponerte a hablar conmigo así? ¿Te crees que esto es Wisconsin o qué? Todo este tiempo en este pueblo casi rezando porque se me acerque una tía y apareces tú un día como este…
-Verás, yo…- toda la capa de autoconfianza que la envolvía se congeló y pareció partirse como se parte cualquier cosa inmersa en nitrógeno líquido que es mínimamente golpeada. Su cara, su aspecto y sus facciones se volvieron frágiles- … te he visto con el traje nuevo y con esa e…
- Mira: déjame en paz, ¿vale? No es un buen momento y seguro que por aquí tienes muchos amigos… ¡camarero! ¡Cóbrese lo mío y lo de la señorita!
Nadie había visto beberse tan rápido un cubata a nadie en esa cafetería. Su leyenda perduraría. Años.
El café ni siquiera se lo vieron tomar.
No miró atrás, no vaciló, aunque se sentía un poco mal.

Bah, eso es el puto café este de los huevos, que me está quemando las tripas.

*****

Una tarde gris es bastante triste por definición. Un poco más con pájaros volando, como dice el poema. Sólo faltaba que lloviera. Y llovía.
En el cementerio sólo estaban Jalu y el enterrador, que ya se iba. Si hubiera tenido que escoger el momento más triste, no habría sabido con cuál quedarse. Las palabras autómatas del capellán. La comitiva de una sola persona. La lluvia mojando el ataúd. El momento de meter el ataúd en el nicho. El momento de tapiarlo.
Era incapaz de moverse. Algo le tenía atenazado por completo, y sin embargo, no pensaba en nada. Estaba como aturdido, inmerso en un presente contínuo absurdo y lluvioso. No podía dar ni un solo paso. Claro… ¿hacia dónde?
-Bueno, yo ya me voy –el bueno del enterrador no sabía cómo dirigirse a él, nunca había tenido entierros monoplañidéricos –mi faena aquí acabó…
-Sí, gracias, se lo agradezco… gracias -¿qué se hacía en estos casos? ¿Había que dar propina o algo así? ¿Una especie de impuesto de enterradores o algo por el estilo? –Yo…
-De nada, de nada… -se limpió las manos frotándolas entre sí, en un gesto que denotaba los años de experiencia. –Sólo una cosa más… -dijo a medida que se iba -¡llora, chico, llora, que desahoga mucho, hombre! – ya desde la lejanía.
Se quedó allí un buen rato. Estaba completamente empapado, por supuesto. Pero no podía moverse. No podía irse de allí. Pasaba el tiempo y el cementerio, o la lápida, o la lluvia, o todo el conjunto, hacían que se quedara allí, ensimismado. Sobrepasado quizá. Casi inerte. Incapaz de sentir nada. Incapaz de llorar. Vacío.
Quince, veinte, treinta minutos después, quién sabe, tal vez cinco, vio venir al enterrador con dos paraguas. Un hombre bueno.
-Te traigo un paraguas… quédate el tiempo que necesites. Pero a las ocho y media se cierra… -comenzó a irse, pero de nuevo se dio la vuelta. Algo se le hacía difícil a la hora de acabar conversaciones… -La etiqueta…
-¿Cómo?
-La etiqueta, joven. Su traje. Aún lleva la etiqueta… -con decírselo se dio por satisfecho, y sin esperar respuesta se giró y prosiguió su camino.
Se miró la manga derecha, y ahí estaba, mojada, la etiqueta del traje. Por eso le habló la chica. Para decirle que se le veía la etiqueta. Y él la había tratado como a una mierda. Y así comenzó a sentirse. Como un mierda. Y empezó a llorar, y a dar gracias por poder hacerlo.
Y lloró como nunca antes había llorado. Y sus lágrimas rodaron por su cara desde hacía mucho mucho tiempo, y se mezclaron con la lluvia.
Y dio gracias por los truenos que pudieron tapar sus gritos de rabia. Diluviaba en Tortuosa, pero esos no eran los truenos que asustaban a Jalu. Eran los de su corazón atormentado.
Tuvo que regresar el enterrador y tirar de él para llevárselo.

jueves, 22 de enero de 2009

Puta mierda de vida

Si la vida fuera justa, yo no estaría aquí. Si la vida fuera justa, de hecho, debería estar en cualquier otro lugar lejos, muy lejos de aquí. Estoy hasta la polla de Tortuosa. Un agujero negro. Un puto agujero negro, eso es lo que es. Si la vida fuera justa estaría lejos de esta puta cafetería que me tiene harto. Bueno, como dicen por aquí, ¿qué es lo que no me tiene harto a mi?
Pero ellos no tienen la vida que yo tengo, ni la han tenido, ni la tendrán.
Ellos han conocido a su madre, por ejemplo. A la mía le dio por morirse el día que nací. Y claro, Jalu siempre fue un niño un poco "raro". Jalu, el que no tiene madre. Qué dominio de la palabra, que capacidad de síntesis tiene la gente de Tortuosa. Grandes linguistas.
Claro, ellos han conocido a su padre, y se han llevado más o menos bien. Lo mío ha sido más como un combate de boxeo. Ya se sabe que cuando eres adolescente y tienes que recoger a tu padre del puto bar de la esquina borracho como una cuba, te haces un poco raro. Introspectivo, vamos. O como dicen por aquí, "un poco metío en su mundo".
- Otro whisky, por favor.- mientras enciende un cigarro, Jalu echa un vistazo a su alrededor. Las mismas caras, los mismos gestos. Aunque cree advertir algo diferente.- Gracias.
- Jalu, no deberías...
- Gracias. Si quiero otro, te llamo.
Sí. Gran gente esta de Tortuosa. Hasta ven raro que uno esté tomando whiskazos en lugar de cafelitos. Me suda la polla. Ellos no tienen la vida que yo tengo, ni la han tenido, ni la tendrán.
Ellos no tienen que enterrar a su padre esta misma tarde. Puta mierda de vida.