lunes, 2 de marzo de 2009

Mar adentro

Mar siempre fue la típica chica tímida a la que nadie miraba y que se ruborizaba hasta el rojo tomate si eso sucedía. La típica chica que pasaba inadvertida porque nadie solía verle la cara, siempre mirando al suelo. De pocas palabras, de las de monosílabo por respuesta. La típica niña que desde pequeñita se siente poca cosa y acaba por serlo.
Hasta que crece.
Y se convierte en una mujer hecha y derecha. Alta, morena, con un cuerpo sinuoso que provoca que deje de ser la típica chica tímida a la que nadie mira.
Pero sigue ruborizándose hasta el rojo tomate si eso sucede.
Muchas veces se lamentaba de esa inseguridad casi enfermiza, de esa última duda que le hacía dar siempre un paso atrás y casi nunca un paso hacia adelante. Y, el colmo: cuando se atrevía a hacer algo, siempre, siempre, le salía mal.
Como con Jalu.


****


-Así que ya sabes, veinte mil.
-mmm.
-Y ya sabes, tienes una semana.
-Una semana. ¿Y si no, qué?
-Qué pasa, ¿tengo pinta de estar bromeando, o qué pasa? Si no tendré que decirle aquí a Panbimbo que te lea la cartilla.
-Que me lea la cartilla… ya veo –en ese momento Jalu miró a ese imponente negro de dos metros de alto por cuatro de ancho… realmente intimidaba.
-Ya lo sabes.
-Se repite usted, ¿sabe?
-Veinte mil. Una semana. Y punto.
-Pero es que no tengo ni un euro. Es que el taller está hipotecado, y si está hipotecado o levanto la hipoteca o lo pierdo.
-No te lo pienso repetir: bueno, sí: el Sangre le prestó ese dinero a tu padre, no se sabe para qué ni importa, y tu padre no pagó, y a tu padre le ha dado un infarto o lo que sea, y tú tienes que hacerte cargo y pagar lo que tu padre no ha pagado. ¿Estamos?
-mmm.
-Creo que no me has entendido. A lo mejor necesitas que Panbimbo te lo explique…
Una amenazante mole de dos por cuatro sonrió dejando entrever unos blancos dientes que hizo a Jalu darse cuenta de la que se le venía encima. La primera bofetada fue con la mano bien abierta, y le hizo escupir un chorro de sangre brillante. Áspera. Férrea y caliente, como toda sangre sabe en la boca y huele en el suelo. Un enorme pitido acalló las voces de Vellibre animando al negro y del negro riendo, disfrutando con su trabajo.
Las bofetadas segunda a quinta fueron de esas de mano abierta. Jalu notó como se le movían algunos dientes.
Fue justo después de escupir la última maraña de sangre y algo que parecía una muela cuando vinieron los puñetazos. El primero lo tiró al suelo.
-Ahora lo entiendo… de verdad, ahora… -escupía para poder hablar- vale, vale, para… fundido en negro, ¿verdad? –escupió otro espumarajo sanguinoliento y se sonrió, como si algo dentro de él se sintiera a gusto con aquella situación, con un Jalu atado a una silla recibiendo una paliza.

Y al contrario de lo que esperaba Jalu, no llegó ese último puñetazo que lo dejara inconsciente.

Fue una patada.

****

Tal y como había acordado con María, después de constatar que el único individuo con pinta de putañero sin acompañar tenía una apariencia más o menos de fiar, le dio un toque al móvil a su compañera de piso. No aprobaba lo que hacía, pero sobre todo no podía entender como era capaz de acostarse con alguien sin conocerlo de nada. Con alguien que era capaz de pagar por tener sexo. Aunque fuera mucho.
Aquél simulacro de profesor de química parecía cualquier cosa menos peligroso. Había devorado dos pastelitos de chocolate y no había dudado en pedir otro. Igual este era de los que necesitaban más conversación que otra cosa.

A pesar de llevar más de dos años compartiendo piso, no podía acostumbrarse a estas “actividades extralaborales” de su compañera. Sobre todo, teniendo en cuenta que tenía un empleo, y además de ser guapa era muy inteligente y muy buena en todo lo que hacía.
Sobre todo no podía con la seguridad de María, y la envidiaba enormemente por ello. Resoplando, se obligó una vez más a no compararse con su amiga. La vio entrar con decisión, echar una mirada somera al local y dirigirse sin atisbo de dudas hacia su cliente.
No miró a Mar al pasar junto a ella.
Y Mar decidió no mirar más esa escena. Justo cuando se iba a ir lo vio. Ese chico que veía de cuando en cuando y que le llamaba tanto la atención. Pero estaba diferente. Vestía traje de chaqueta, y su aspecto era sombrío. Y bebía whisky.

No hay comentarios:

Publicar un comentario